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Once quince de Pedro Casusol

Por: Edwin Angulo Quiroz

Lima, Paracaídas Editores, 2009, 74pp.

Es más difícil incidir en los aciertos que en los errores ajenos, más aún si se trata de reconocer algún talento que en alguna medida se envidia o venera. Tal vez sea por esto que los que nos dedicamos en alguna medida a la crítica  literaria sonamos, generalmente,   mezquinos; sobre todo cuando comentamos a un autor nuevo, salvo –claro- que haya sido previamente bautizado por algún consagrado creador o académico del medio. Pero como dice el dicho “al pan, pan; y al vino, vino”. Quisiera comentar brevemente Once quince (Paracaidas, 2009) de Pedro Casusol, una nouvelle que, a mi criterio, merece una mención aparte entre las ficciones de trama policial y sicológica que he leído últimamente.

 

Once quince, trata sobre los crímenes de un asesino serial, Pedro Casusol (homónimo del autor), aparentemente guiado por una sed de venganza contra sus antiguos compañeros de salón del colegio Alpamayo. El relato, inicialmente guiado por las acciones de Fabricio Valle Cabrera, girará entorno al descubrimiento de los verdaderos motivos del violento asesinato de Alonso Gastelumendi. Sin embargo, el rápido descubrimiento de la identidad del asesino y la muerte del que presuntamente ocuparía el rol de detective, hace virar la naturaleza de la historia conduciéndonos, ahora, progresivamente, desde lo policial, hacia lo sicológico: desde la periferie, hasta el centro mismo de las acciones del asesino: su casa, en el “Once quince”.

 

Once quince, trata sobre los crímenes de un asesino serial, Pedro Casusol (homónimo del autor), aparentemente guiado por una sed de venganza contra sus antiguos compañeros de salón del colegio Alpamayo.

​Lo interesante de esta aproximación es que no solo es física, sino que, junto con ella, el narrador irá creando una incierta atmósfera de empatía para con el asesino más allá de lo repudiable que puedan llegar a ser considerados sus crímenes. Y defino a la atmósfera como “incierta” en cuanto no será directamente el narrador, sino las mismas víctimas las que irán haciendo emerger este sentimiento a partir de la intuitiva comprensión del mundo interno de Casusol, viendo en él a un ser    desesperado que sucumbió ante sus intentos de escapar de la realidad: la literatura, los alucinógenos y, finalmente, los asesinatos.


Y es que hay una ética detrás de las acciones de Casusol que lo alejan de ser un simple asesino. Casusol, antes de quitar la vida, trata de que sus víctimas ingresen dentro de su percepción de la realidad (no en vano droga a todos con la misma sustancia que él utiliza: el veronal), haciendo del   asesinato un ritual de liberación en el que asume completamente toda responsabilidad; como un héroe inmolándose por los que ama: “el paladín de la muerte ante la naturaleza absurda de la vida”. De allí que la nouvelle lleve el nombre de la dirección de la casa de Casusol (“Once quince”) y de allí que no solo halla asesinado a sus compañeros del colegio Alpamayo,
 

sino también a su familia y a los indigentes que iba encontrando en la calle. Casusol había llegado a la conclusión de que solo en el vacío se encontraba la verdadera paz y que, por ende,  solo era en la muerte en donde se encontraba la paz absoluta.

La prosa, es lacónica y violenta. En casi todos los casos será el lector el que tendrá que asumir las emociones de los personajes a partir de sus acciones, caso contrario, las pocas veces que el narrador se aventure hacia el interior de los personajes, optará rápidamente por volver hacia la descripción del espacio y las acciones, propiciando un adecuado y constante ambiente de incertidumbre. Pero los recursos narrativos del  narrador no terminan allí. La historia, así mismo, tendrá fragmentos que, a manera de bloques, reaparecerán en diferentes contextos y momentos narrativos, pero que, más allá de su significado                     literal, recuperan rápidamente la expectativa inicial del desarrollo de la nouvelle, evitando que el lector termine perdido en medio de una caótica representación de historias entrecruzadas.


En cuanto a la edición, es una joyita más entre las que cuenta Paracaídas editores de Juan Pablo Mejía. La síntesis entre la historia, los tonos del papel, la fuente, y las ilustraciones de Sheila Alvarado, hacen del libro una obra de arte en toda la extensión de la palabra.


Once quince se presenta como el buen inicio de un narrador joven. De momento no he leído nada más de Pedro Casusol, pero espero que haya sabido mantener esa prosa que se perfila como precozmente auténtica. En todo caso, estaré comentando apenas encuentre alguna.​

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