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Okinawa existe

Augusto Higa Oshiro

Mesa Redonda. Lima, 2013, 85pp.

 

Por Yoni Príncipe Hernández

El desarraigo, la soledad, la locura y la muerte son tópicos que desfilan en el conjunto de cuentos que el escritor Augusto Higa (Lima, 1947) nos presenta en su libro Okinawa existe (Lima, 2013); temas que nos invitan a reflexionar sobre la condición de personajes que representan a los emigrantes japoneses en la Lima de los años cuarenta y cincuenta.

 

Augusto Higa es un escritor de ascendencia japonesa que integró el grupo Narración junto a escritores como Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso, Antonio Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez. Ha publicado los libros de cuentos Que te coma el tigre (1977) y La casa de Albaceleste (1987), las novelas Final del Porvenir (1992 y La iluminación de Katzuo Nakamatsu (2008) y el intenso relato testimonial Japón no da dos oportunidades (1994). Su narrativa se caracteriza por reflejar el nuevo realismo urbano. Su última novela fue considerada como la mejor de 2008 y es, según la crítica, la novela breve más consistente de las últimas décadas en Perú. Okinawa existe se hizo merecedora del VII Concurso Nacional de Cuento, premio "José Watanabe Varas".

 

En el primer cuento, "Okinawa existe", La obachan (abuela) Miyagui está sumergida en el delirio; su existencia está invadida por imágenes oníricas y el recuerdo de Okinawa. El desarraigo en que transita la ha transformado en un ser doliente y ensimismado. La obachan termina siendo embestida por un camión. Antes de su muerte, que la había presagiado, se vislumbra el resquebrajamiento de la última imagen de Okinawa. El último relato, "Antes que lleguen los bárbaros", desarrolla a Waldemar, un loco decrépito que tiene alucinaciones y divaga en la memoria abstrayendo imágenes que nunca regresarán, pero que lo ayudan a luchar contra la muerte, el tiempo y la memoria. En ambas narraciones, los personajes transitan a través de la memoria y la imaginación, lugares que se tiñen de locura donde las voces que aparecen de forma alucinatoria nos presentan a seres desencantados por un presente que absorbe la mínima necesidad humana de equilibrio y que crea estados alternos de delirio para menguar aquellas necesidades básicas que son carentes por el medio, ya sea social o cultural; por ello los personajes se mueven en una representación a través del pasado o la existencia de reminiscencias que buscan eco en el retorno de imágenes y eventos alejados, así la muerte parece ser la única salvación ante tanto dolor soporífero; muerte que se observa en el penúltimo cuento "El amor de Mister Simons"; aquí, un gringo estrambótico con visión agónica de la vida, se casa con Dolariza Córdova; para luego de vivir un tórrido encantamiento sexual de varios días, terminar muriendo de un derrame cerebral. Se percibe que los broches de un amor desenfrenado terminan en un final fatalista y pesimista, pero este final tiene un encantamiento de belleza trágica, como si fuese un estado de purificación o alternancia hacia la armonía, ya que la muerte es encontrada luego de una experiencia febril de la vida, del estado frenético y amatorio.

 

La condición marginal del niséi es retratado en el cuarto y el segundo cuento: "Extranjero", donde Masaharu encarna al ser violentado física y moralmente, afligido por el maltrato que produce el racismo por parte de los adolescentes criollos y el hecho por Kanashiro, un nihonjin como él. La naturaleza desarraigada del escolar causa un estado de discriminación, marginación y maltrato que liga con la xenofobia. El relato "Polvo enamorado" nos muestra al alucinado nipón Kinshiro Nagatani, quien queda embelesado y absorto por América Linares, una carnicera incorregible de una belleza callejonera. A pesar de la negativa de sus jefes y demás japoneses, Kinshiro contrae nupcias con América. El nipón padece de locura; divaga y se va a una hacienda, termina loco, confuso y con desvaríos. Al regreso a Lima, va al Mercado Central y ve a América Linares casada; a pesar de esto, realiza el ritual que solía hacer: verla todos los días. Kinshiro, personaje que también se define a través de la locura y la alucinación, es solitario, sumido en un letargo de pensamientos caliginosos. El desarraigo y su condición de niséi marcan un signo de tribulación y desencantamiento en él.

 

De sintaxis sostenida en descripciones y el uso puntuado de adjetivos, la prosa plástica y, por momentos, introspectiva de Augusto Higa, nos plasma personajes que fluyen en una condición de delirio, pero dentro una poética de la locura que ayuda a armonizar una condición pesimista, desarraigada y degradada de los niséis; este tránsito se nos muestra dentro de una floresta de las calles y espacios de una urbe plagada de diferencias y, a veces, envilecida por la presencia de quienes asimilan sus estados de (in)conciencia con voces que pulsan la presencia de la muerte, acaso como redención o salvación.

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