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Editorial

Resulta por lo menos curiosa la intención que algunos grupos de escritores y periodistas manifiestan con la finalidad de conformar y establecer un "canon" literario actual. Y digo "curiosa" porque parecieran imaginar al canon como se hacía hace décadas atrás, ignorando la complejidad actual de semejante rótulo. Sin embargo, dicha intenciónalidad no es gratuita, y pueda que respondan a intenciones no necesariamente ligadas a aspectos estéticos, sino, más bien, a aspectos ligados a amicalismos y al marketing, en donde la indolencia por parte de la crítica literaria, es bien aprovechada para celebrar algún nuevo "boom literario" como si de un nuevo boom gastrómico se tratara. Quizás sea debido a ello que los acercamientos de la prensa "especializada" hacia esta nueva "generación" de escritores se asemejen a los recorridos que nuestros aclamados chefs hacen por los distintos restaurantes o guariques de la ciudad, en los que solo les basta con dar un bocado para terminar satisfecho y recomendar a todos los incautos y entusiastas comensales que se trata de una verdadera exquisitez.

 

Y no es que no reconozca el valor estético en el denominado "boom limeño"; después de todo, la crítica literaria suele realizar olvidos espantosos; pero también es cierto, que muchas veces rescata del olvido a escritores ahora considerados indispensables. No, lo mío es una reflexión en torno a todo aquel aparato mediático que se formado alrededor de ciertos escritores; algo que si bien no es nuevo, ni se encuentra ajeno al sistema literario, parece habernos explotado en la cara.

 

Por lo tanto es inevitable pensar en Zohar y su planteamiento de sistema literario, en donde la intención por utilizar el sistema de Jackson de la comunicación, respondería a la representación de los macrofactores implicados en el funcionamiento de dicho sistema. Desde este enfoque se comprendería como internos más que como externos todos los factores implicados en el conjunto de actividades que son consideradas literarias. Es decir: el texto ya no es el único ni el más importante de todos los aspectos de este sistema.

Que lo mediático como principal herramienta con la que se arme nuestro nuevo canon literario, parece ser el futuro que nos espera: con libros que aún no son publicados; productores (de texto) que fungen de instituciones, mercado y consumidores; y con los claustros, cómplices en el silencio. Sin ir muy lejos, en estos momentos estamos siendo testigos de un proceso de canonización de dos escritores que, durante varias décadas de arduo trabajo, fueron ignorados por la crítica literaria, y, por qué no decirlo, por los demás agentes del sistema literario, siendo catalogados como escritores de culto. Categoría que pareciera ser una especie de disculpa por la desidia mostrada. Nos referimos, pues, a Augusto Higa Oshiro y a Carlos Calderón Fajardo.

 

Si bien es cierto, que todo proceso de canonización, puede fracasar, el mismo nos sirve de contraste para hacer claras las diferencias con ese otro proceso, en el que la superficialidad, el apuro, y, por qué no decirlo, el de la reproductividad de la obra de arte (en términos de Benjamin), termina por caerse de maduro.

 

Por lo tanto es inevitable pensar en ambos procesos desde una perspectiva darwiniana, en una especie de selección natural en donde el más apto para sobrevivir en estos tiempos postmodernos prevalecerá. Así de fatal pareciera develarse el (presente), sin embargo, siempre nos quedará el texto, y el texto a diferencia de las ruedas de prensa, de los artículos de doscientas palabras que aparecen en los periódicos (si es que aparecen), de las fajitas literarias, no miente, ni antepone intereses ajenos a la obra misma. Es el texto, pese a lo que muchos quisieran, quien termina prevaleciendo de verdad.

 

Paul Asto Valdez

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