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Casi nada

Desolación comentada sobre la narrativa reciente

 

Gabriel Ruiz Ortega

Hagamos memoria.

No pretendo hacer un análisis metódico de la catástrofe de la que les voy a hablar.

Es solo la impresión de un lector que, ya sea para bien o para mal, fue un testigo privilegiado, un actor de reparto de aquella lejana eclosión de nuevos narradores peruanos que aparecieron en el primer decenio del presente siglo.

Desde hace un tiempo no dejo de lamentarme por el excesivo entusiasmo que tuve para con muchos de ellos. En esos años más de incauto, y apurado por la fiebre del momento, declaré que estábamos ante la generación más férrea, la más articulada, que no veíamos desde los narradores de la Generación del 50.

Tamaño entusiasmo.

Pero así fue: metimos en el asunto a la que quizá sea la cimiente generacional de nuestra tradición narrativa.

Es que no era para menos.

Si hacemos un breve repaso del devenir de nuestro espectro narrativo, nunca hemos tenido una generación, aparte de los dinosaurios cincuenteros, tan generosa en cantidad y calidad.

 

*

 

Retrocedamos 30 años.

Pregunto: ¿Aparte de Guillermo Niño de Guzmán, Alonso Cueto, Óscar Colchado y Jorge Valenzuela, tenemos idea de otra voz que haya perdurado hasta el día de hoy en nuestro imaginario? Seguramente, algún buscador de biblioteca me citará un par de autores. (Nunca falta el as bajo la manga del caletista ilustrado.)

Pues los 80 nos dejó poco.

Y poco o nada podemos exigirle a esta generación perdida, que lo tuvo todo en contra para forjar una obra mínimamente coherente. En ese tiempo importaba más que nada sobrevivir, sobrevivir al terrorismo, la inflación, los cochebombas. En especial, sobrevivir a Alan García.

Pero aquí no acaba esta tragedia ochentera.

Encima, los pocos narradores no generaban el más mínimo entusiasmo. El periodismo cultural estaba más atento a las diabluras nocturnas de Santiváñez y compañía. Eran pues los años de los recitales con ron, salsa y merengue. Eso llamaba pues más la atención. La poesía y la noche. No la narrativa.

Para los años 90 se esperaba un cambio en narrativa.

Y digamos que sí, que hubo un cambio.

Tuvimos narradores interesantes como el mexicano Mario Bellatin, Iván Thays y Enrique Prochazka. Bastaba leerlos y barajábamos la sospecha de que estábamos yendo por un cauce aún no muy recorrido. Por una tradición que le debía muy poco a la local.

Por otra parte, aparecieron narradores con una opción asentada en nuestra tradición realista: narradores mutantes de Congrains y Reynoso (y claro, del gran y olvidado Cronwell Jara), como Óscar Malca, Sergio Galarza, Manuel Rilo y Carlos Carrillo.

 

*

 

Recuerdo cuando escribía el prólogo de mi primera antología de narrativa peruana última, Disidentes.

Y hago Mea Culpa.

Cometí muchos errores en su hechura.

(Podría callarme debido a su éxito, pero ahora sé que la literatura está más allá de la engañifa de los premios y la fama y el reconocimiento mediático, inútiles por demás.)

En ese prólogo intenté brindar una visión de lo que creía era la eclosión narrativa de los 2000.

Creía pues en una falsedad.

Pero había razón para emocionarse.

Apunta, la idea fue así:

De la década anterior sobrevivieron Thays y Malca como influencias directas para los novísimos del 2000. (Veamos más adelante.)

En mi prólogo traté mal a los narradores vitalistas/realistas de los 90. No sé por qué.

Aunque sí barajo una posibilidad canábica. Y lo acepto, ese prólogo lo escribí bajo la influencia de la marihuana, que sí puede ayudar en la ficción, pero no en los respiros ensayísticos.

No se puede negar el pasado, somos esclavos de él: en ese prólogo dije que Thays era un referente.

Tamaña estupidez.

No conozco personalmente a Thays, y por la manera en que ha tratado a escritores como Miguel Gutiérrez (de quien dos párrafos de Confesiones de Tamara Fiol, su novela más floja, valen más que todos sus libros juntos) no me interesa conocerlo. Pero sí le reconozco (y hasta cierto punto agradezco) su gran voracidad lectora. Es gracias a esta voracidad lectora que no solo yo, sino muchos, tuvimos idea de autores contemporáneos que resultaron capitales en nuestra formación de escritores.

No hay que ser mezquinos.

Como escritor no ha dejado nada, solo un mal ejemplo: la imagen por encima de la obra, las relaciones y el lustrabotismo estratégico.

 

*

 

Sin duda, hay un salto cualitativo en lo que se escribió en los 2000 con los 90. Citemos a Marco García Falcón, Alexis Iparraguirre, Carlos Yushimito, Francisco Ángeles, Claudia Ulloa, Karina Pacheco, Martín Roldán, Ulises Gutiérrez, Leonardo Aguirre, Jeremías Gamboa, Carlos Torres Rotondo, Jennifer Thorndike, Julie de Trazegnies, Luis Hernán Castañeda, Miguel Ruiz Effio, Juan Carlos Bondy y Pedro Llosa.

Cojamos al vuelo cualquier de los primeros libros de estos sospechosos comunes.

Al vuelo nomás.

No tardamos nada en darnos cuenta de que estábamos ante una voz a la que habría que seguir, ante una propuesta que, bajo los defectos de la primera publicación, si ofrecía coordenadas para intuir su voz propia. No es exageración. Esa era nuestra realidad.

Como para celebrar, ¿no?

 

*

 

Nos leíamos y no nos leíamos.

 

*

 

O sea, no leíamos nuestra tradición.

 

*

 

¿Entonces qué leíamos?

Obvio: una tradición personal. Eso era lo que leíamos.

Las influencias no eran necesariamente peruanas y todas ellas se nutrían del trabajo con el lenguaje.

Eso, el lenguaje.

Si hubo una característica que imperó en nuestra narrativa reciente fue la orfebrería con el lenguaje.

Es cierto que toda propuesta literaria se basa en lo que puede lograrse tensando el lenguaje. El lenguaje es la marca de agua de todo estilo, por más seco y plástico que sea este.

Lo que digo no es nada nuevo.

Poco o nada podemos hacer contra esta ley. Y no hay que hacer nada contra ella, es lo recomendable si es que anhelamos llegar a algo.

Pero el trabajo con el lenguaje no ha sido el problema. No ha sido nuestro problema.

El problema, improbables, es que hemos pensando que el trabajo con el lenguaje se suscribía a escribir bonito. A escribir bien.

¿Qué es escribir bien?, es la pregunta que nos tenemos que hacer para entender lo que se hizo en el decenio anterior.

No me hago problemas.

Creímos que escribir bien era hacer literatura. Y ese ha sido el problema.

 

*

 

Las novelas y cuentarios que aparecieron en la década anterior daban cuenta de un sesudo y responsable trabajo con el lenguaje. Y bajo esa línea es que se les valoraba. Bajo esa línea es que nos emocionamos y aseveramos que dicha generación podía equipararse a la del 50.

Nos emocionamos con muy poco.

Eso es lo que duele, porque lo que se produjo después no estuvo en la línea de lo que se suponía.

Si a esto sumamos la estrechez de miras de nuestra crítica literaria, incapaz de rastrear la "sensibilidad narrativa", como que se comenzó a reforzar una falsa idea, un entusiasmo sin fundamento que nos presentó una cruda realidad: la ausencia de una novela y cuentario que podamos decir referencial, o medianamente referencial.

 

*

 

Más de uno juró que tendríamos una obra maestra la década anterior. Pero no nada. Lo más destacado fue el blog Puertoelhueco.

 

*

 

Llegó la desazón, o si lo prefieres, la desolación.

¿A qué se debió?

Pienso en varios factores.

Hubo saludos apurados.

Pero a la vez una pérdida de la perspectiva de lo que tiene que ser el oficio literario. Nos preocupamos más de lo que se decía de nosotros en el mundo virtual. Blogs, principalmente. Aún el Facebook estaba en su protohistoria.

Hubo dispersión de intereses. Nos preocupábamos de la fama del otro. Sin escribir una línea mínimamente decente, alucinábamos con publicar en Anagrama. Si queríamos entrar a Alfaguara Perú, debíamos enfocarnos en el contacto que pudiéramos tener en la editorial. Si nuestras aspiraciones eran no menos modestas si no te ligaba en Alfaguara, teníamos Norma. El estrellato a lo bestia.

¿Acaso nunca antes existieron estas cosas?

Claro que sí. Desde siempre, muchachito/muchachita.

Pero era la primera vez que nuestras naturales aspiraciones personales y literarias estaban a la vista de todos. Si no me creen, échenle un vistazo a Puertoelhueco.

Puertoelhueco fue un blog basura y no lo voy a justificar.

Pero tampoco me voy a hacer el loco. En Puertoelhueco está escrita la historia contemporánea de la literatura peruana. Allí queda almacenada la mierdita del mundillo literario peruano. Se trata pues de un documento histórico. Joda a quien le joda.

Pesó la frivolidad.

He allí uno de los motivos que nos distrajo del verdadero norte. Se vio a la narrativa como un medio para lograr relaciones, viajecitos e inclusiones en una que otra antología y demás objetivos que solo los reyes de la diplomacia literaria llegaron a conseguir.

Pocos nos dimos cuenta de que el idilio se había marchitado y sin proponérnoslo, seguíamos facturando las ganancias de la eclosión narrativa del 2004 – 2008, los años de la ilusión.

Terminó la década y los balances son catastróficos.

Los que se pintaban de metaliterarios, "La supuesta escuela Thays", se quebró.

 

*

 

Aunque tampoco habría que emocionarnos con los supuestos vitalistas/realistas.

Cuando me pongo a pensar en el realismo, en esa vertiente urbano-marginal, me es imposible no tener en mente esa novela capital de Óscar Malca, Al final de la calle. Pero tampoco puedo caer en la mezquindad con esos otros títulos que, pese a los errores formales de todo libro iniciático, habría que volver a frecuentar. Me refiero pues a Contra el tráfico de Manuel Rilo y Matacabros de Sergio Galarza. Estamos pues ante libros que incomodan, que nos presentan una luz tenue en cada una de sus páginas. Una luz tenue que supera a lo "muy bonito" que se escribió en la década anterior. Libros que habría que hermanar con Generación Cochebomba y en algo, solo en algo, con Punto de fuga.

Es que nuestro error, un craso error, fue salirnos del realismo y renegar de él.

No podemos ser parricidas si negamos nuestra tradición.

Cada escritor tiene su voz concreta, su propia tradición de influencias que no necesariamente tienen que ser literarias.

Hay que conocer la médula de nuestra tradición y a partir de ello construir.

Ese fue pues nuestro error.

No valoramos nuestra tradición. Quisimos dar el salto a otros referentes sin conocer la realidad a la que pertenecemos.

Un escritor debe escribir en libertad. Pero esa libertad no puede llevarse a cabo en el aire, en un terreno engañoso.

Es que somos escritores, se supone que somos lectores que escriben. No tenemos la envidiable libertad del lector.

Cuando veo lo último que se está escribiendo, no sé qué pensar. Bueno, sí sé en qué pensar:

Aparte del desconocimiento de nuestra tradición narrativa, hace falta más huevos al momento de escribir.

Está bien, escribamos de realidades paralelas, del mundo atormentado o circense del personaje del escritor, hagamos narrativa fantástica, gótica o de terror, pero escribamos con huevos. Escribamos con huevos para nosotros mismos. No tengamos miedo de reflejar en las páginas nuestra realidad inmediata.

Si no se escribe con huevos, no puedes incomodar ni agradar.

Entonces, no debería sorprendernos cuando miramos hacia atrás: tenemos una narrativa amanerada, una narrativa falsa. Y aunque te duela, joven promesa de la narrativa peruana: quienes han escrito con huevos han sido las mujeres.

Las mujeres son las que han puesto los puntos en la íes, ellas han sido el refugio de nuestra tradición.

Pero así como hay narradores a los que lo único que les interesa es el viajecito y las tratas editoriales, también hay narradoras que comparten ese mismo sentimiento, ese mismo norte. Ante esa mentira hay que estar atentos, no dejarnos engañar, más aún en estos tiempos de redes sociales, tiempos virtuales en los que impera quedar bien con todos.

Estamos mal porque no hemos sabido valorar o rescatar lo que sí se escribe con los huevos y con el vientre.

Felizmente, más de uno se ha dado cuenta del asunto.

 

*

 

Más de uno se ha dado cuenta que escribir bonito no basta. Y a ellos es que deber

 

íamos apuntar, seguirles la ruta.

Tenemos pues voces que se han afianzado, que han escapado de la frivolidad mediática, como Jennifer Thorndike y Orlando Mazeyra. Me gusta lo que hacen, la manera en que vienen creciendo, superando las falencias de sus primeras entregas con una escritura pautada por el nervio y el afán de incomodar. Me gusta también lo que hacen Richard Parra, Mariano Vargas, Armando Alzamora, Aldo Díaz Tejada, Paul Asto, Yuri Vásquez, Jorge Casillas y Jerónimo Pimentel. Pimentel, a lo mejor La Prosa de esta aún novísima generación.

Vamos.

Hay que fijarnos en los narradores de verdad. No en los figurones que lo único que aportan es vergüenza pública cada vez que promocionan un libro.

Porque no nos fijamos en los narradores de verdad es que estamos como estamos: en la nada.

 

*

 

Felizmente, hay indicios que nos pueden ayudar a cimentar la esperanza de que no todo está perdido.

 

*

 

Al parecer, y ojalá, parece que estamos por dejar el tiempo de las vacas flacas, y dejaremos ese tiempo gracias al realismo, una vez más.

Al respecto, un punto que quisiera tocar: ¿en qué mente, en qué alma chiquita, en qué corazón sin afecto ha nacido esa idea de que el realismo ha muerto?

Celebremos el interés por la narrativa fantástica hecha en Perú, resulta más que saludable la búsqueda de los posibles troncos de una tradición. Pero de allí a que ese repentino auge, en el que no encontramos el más mínimo indicio de obras maestras –porque la tradición se hace con obras maestras-, declaremos estúpidamente que el realismo ha muerto, hay pues mucho trecho. Cuidado, señores, no caigamos en las trampas de los vendedores de sebo de culebra.

 

*

 

Gracias a los buenos y caprichosos oficios de lector, he tenido la oportunidad de leer dos libros en calidad de inéditos. Una novela y cuentario, respectivamente.

Pero antes, me es imposible no dejar por sentado mi entusiasmo por la aparición de la novela Contarlo todo de Jeremías Gamboa. Bien sabemos que la novela viene recibiendo todos los saludos aún sin haberse publicado. He preguntado a todas las personas que la han leído y ninguna de ellas me dice que la novela es mala, sino al contrario, una buena novela. Hasta antes de mi encuesta, veía mal que estemos celebrando un gol sin ver primero el partido. Pero lo bueno es que Jeremías lo tiene todo para ganar ese partido, el partido contra sí mismo. Contarlo todo es una novela narrada con las vísceras y los dientes apretados.

M

 

ás de uno espera que esta novela sea lo que se anuncia que es. Necesitamos con urgencia un escritor de proyección, que sea más que los paquetes de aire a los que nos están acostumbrando. Contarlo todo es una novela llamada a sacarte la mierda. Si la novela no me saca la mierda, yo mismo le sacaré la mierda en mi blog ni bien termine de leerla.

 

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Me es imposible no expresar mi entusiasmo con el cuentario Las siete bestias de Christ Gutiérrez. Gutiérrez, para los despistados, es el último ganador de la bienal de Cuento de Petroperú, con su relato "Los caminantes de Sonora".

Y bueno, no sé qué palabras decir en estos momentos, qué frase sea capaz de encerrar lo que este cuentario está llamado a generar. Porque sin duda es un libro que no va a pasar desapercibido. Aquí hay calle, amor, poesía. Apunta, querido/querida: cuentos como "Epilepto", "Regla de cálculo", "La hebra de cabello", "A las siete en la acequia, Francesca" y la secuencia de "Los perros" y "Las perras" serán llamados a ser celebratorios y consagratorios para con su autor.

Con mucho respeto a los escritores presentes: si quieres escribir, tienes que leer a narradores con huevos como Gutiérrez. Aquí se respira y saborea la esquina, la calle, el desánimo aplastante de sensibilidades configuradas por la violencia y las ganas por no dejarse aplastar por un contexto que te ofrece todo para desaparecerte. Nosotros tenemos que ser como los personajes de Gutiérrez: duros y pujantes.

 

*

Si nuestros editores leyeran en nuestro país. O sea, si tuvieran cierto interés por la lectura, por el busque de nuevas voces o lo nuevo que estén escribiendo los ya conocidos, no estuviéramos esperando la aparición de la novela Un olvidado asombro de Marco García Falcón.

De la puta madre, qué narrador es Marco.

Con esta novela nuestro autor se ubica, sin duda, como un referente, pero él ya es referente desde París personal, aquel cuentario revelador que nos hablaba de metaliteratura pero también de la vida, que para cualquier lector-escritor vendría a ser lo mismo.

Un olvidado asombro

es el ejemplo que refuerza una vez más la idea central de esta ponencia: estamos hasta las huevas porque no hemos salido a buscar, porque a los criticastros de los medios y de la academia no se les ha ocurrido salir a buscar. Así de simple es la milanesa.

Sí, sé que vendrán tiempos mejores, propicios.

Peor de lo que estamos, no podemos estar.

Ya pasaron los años mentirosos.

Gracias.

 

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