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UN DIOS PERVERSO

o la tragedia del desarrollo en Los fines del mundo de José B. Adolph

Por Oscar Gallegos Santiago

En Los fines del mundo de José B. Adolph, una de sus últimas y más sugestivas obras publicadas, no vamos a encontrar, por cierto, los tópicos usuales sobre el fin de la existencia en la tierra; es decir: esa apoteósica  destrucción del mundo por una bomba nuclear o por un meteorito, la aniquilación de la vida por un cataclismo universal, anunciado por una profecía o secta religiosa, la invasión alienígena, el calentamiento global, etc., entre otras fantasías o miedos posibles con que el hombre imagina, pinta, sueña, escribe; desde antiguo, sobre el fin de los tiempos. Nada de eso. Nada de espectaculares finales al estilo de Hollywood o de las clásicas novelas de ciencia ficción. Nada de épicos armagedones o de pomposos adioses a la especie humana. Nada de aquello y; sin embargo, el final o la exploración de los límites está omnipresente en casi todos los relatos, por ejemplo, en la imagen que nos devuelve el espejo del baño, en la depresión o en el olvido, en la genética, en el inconsciente, en las redes sociales o incluso en la felicidad. Pero ¿por qué el dios perverso de Adolph ni si quiera nos permite tener un final digno?     

 

Los discursos1 sobre el fin de los tiempos o específicamente sobre el fin de la humanidad han sido frecuentes a lo largo del último siglo. José B. Adolph, nuestro pionero de la ciencia ficción peruana2 y latinoamericana3 y uno de los más prolíficos escritores nacionales4 ya explorado desde sus primeras obras esos futuros funestos, esas ciudades distópicas, espectrales, nauseabundas como en la novela política de ciencia ficción Mañana las ratas5 asimismo, esas catástrofes apocalípticas, véase algunas relatos de Cuentos del relojero abominable, Mañana fuimos felices o en los de Invisible para las fieras. En todos ellos se revela la persistencia o proyección de una mirada distópica de un presente (lleno de pasado) que inexorablemente se dirige al colapso. Pero, a diferencia  de muchos de esos cuentos o novelas anteriores, en donde la mirada crítica y satírica de Adolph, se dirige hacia la desidia política o tecnológica como visión del futuro; en Los fines del mundo, en cambio, la perspectiva se amplía hacia las múltiples formas que puede adoptar la maldad: la   enfermedad, el dolor, la pobreza, el asesinato, la deshumanización tecnológica o la corrupción política. Todos ellos tienen un mismo rostro metafísico: un dios perverso cuyo experimento fallido está irremediablemente sin control. En este ensayo vamos a explorar tres campos semánticos desde los cuales, creemos, el autor configura los caminos irreversibles del fin. A saber: la crisis del sujeto moderno, la tragedia del desarrollo y la creación como un error de una divinidad siniestra.

 

Identidades terminales   

Uno de los personajes narradores sostiene al iniciar su relato y antes de asesinar a la mujer que ama: “Quizás lo único salvífica sea no actuar”. Pero se dirige hacia ella inexorablemente, preguntándose: “¿quién hace esto? ¿Quién dice esto?; para finalmente, cuando la navaja destruyó lo que más amaba: ¿quién hizo eso? La crisis del sujeto en la modernidad está en la incapacidad de reconocer una filiación estable de su origen, y de su para qué. Hace crisis porque el inconsciente despierta gritando como en un cuadro de Edward Munch ante el horror del mundo y la incapacidad de comprenderlo. Pero, peor aún, y desde Freud, la imposibilidad de saber quién actúa y habla por él. Por eso quizás lo mejor sea estoicamente no actuar, “ante la duda abstente”. Pero no, el hombre es empujado a la utilidad, pues de lo contrario no sirve. Blaise Pascal decía que “La desgracia del hombre se debe a que no quiere      permanecer tranquilo en su habitación”. Quizás esa voluntad ciega que nos dirige, sea la raíz de todos los males en el mundo posible que nos presenta Adolph. Y quizás lo único cierto, dentro de este mundo, sea la constatación del inefable destino de los personajes adolphianos, pues uno no puede dejar de observar que parecen moscas que se estrellan una y otra vez contra el espejo de la realidad. 

 

Aterricemos un poco en los textos para comprobar esta hipótesis. Por ejemplo, en el primer cuento: “Mi clon”. Un hombre va a enfrentarse consigo mismo. Esa búsqueda de su doble o copia, de su clon, y el encuentro con él luego de veinte años, le hará entender por fin el horror ante la repetición. Lo que nos recuerda a un personaje borgiano que afirma que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. Y la repetición es aún más abominable cuando lo único que reproduce es la falla de origen, el error inicial: la enfermedad. En efecto, este iluso personaje diagnosticado con cáncer terminal cae ante la tentación fáustica que nos promete la ciencia futura: ser inmortal mediante la manipulación genética. Esta especie de inmortalidad indirecta o de utopía de una sobrevivencia indefinida al alcance de las manos, será un producto más de las grandes transnacionales que no les interesará ningún principio ético e incluso violar las leyes con tal de capturar a sus conejillos de indias, como nuestro clonado, para el beneficio monetario de su industria. Aún más, en el caso improbable que sobreviva (pero para su mala suerte sobrevive), le harán firmar un contrato subrepticio, para que no vea a su clon por el lapso de veinte años, y así evitar problemas psicológicos a su copia (ironía adolphiana: la industria pensando en el prójimo, o ¿su producto?). Entonces, transcurrido dicho tiempo lo visitará pese a las advertencias de un oscuro abogado de la corporación y se producirá este antológico diálogo entre el clonador y el clonado, quien estaba con sus supuestos padres. Y así, luego de la impresión inicial y, con cierto humor cibernético adolphiano, ellos conversan:

 

-¿Entonces que soy? –preguntó previsiblemente– ¿Una especie de hijo tuyo?
-Claro que no. Estos son tus padres y no hay otros. Hace tiempo que sabemos que en estas cosas en la especie humana  no manda la biología.
-¿Tu hermano gemelo? No. –se respondió así mismo. – Lo que necesitamos es un nuevo lenguaje. O el humor: tu fotocopia, tu xerox, tu facsímil…
-Eres mi “copiar y pegar”.
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Todos se rieron en la sala ante semejante lenguaje de procesador de textos. Sin embargo, y pese a que ya se estaba encariñando con su “copiar y pegar” –pero no porque era igual a él sino distinto–, se da cuenta de su terrible error incorregible: su copia le confiesa que tiene el mismo cáncer que le diagnosticaron a él. Pero eso no es todo: un oscuro abogado le ha prometido clonarlo por una suma “muy rebajada”. La reproducción del error y del horror ha sido ejecutada. Esta búsqueda de la inmortalidad a todo precio no desencadena sino, gracias a la ciencia sin escrúpulos, en la reproducción de la maldad; pero, ahora con posibilidades infinitas.

 

Esta burla o venganza de la naturaleza que hace crisis en la identidad del sujeto que ilusamente intenta actuar para dominarla en búsqueda de trascender sus límites, también lo encontramos de manera manifiesta como un cáncer creciente en muchos otros relatos. Para citar solo algunos. En el relato “Jamás será vencida”, una pareja de ex revolucionarios socialistas, ante el fin de las utopías revolucionarias y de la inutilidad de millones de muertos en el nombre de ideologías o fe ciegas, se preguntan: “¿Y si la cagada social no fuera sino un reflejo de  la cagada de la naturaleza? El capitalismo, ese caos competitivo de comer o ser comido es, en este sentido, la peor de las escatologías: “la organización humana de esa espontaneidad asesina de la naturaleza” (27). Y así, ante el cadáver socialismo y de su amante, se pregunta: ¿quién mierda sonríe? ¿Wall Street?, ¿La iglesia?

 

Uno más, el cuento titulado: “El segundo cerebro de Margarita”, nos invita a presenciar la lucha entre el organismo y la electrónica o entre la naturaleza y la artificialeza. Nuevamente la ciencia, en su versión nanotecnológica, desafía a la mortalidad con consecuencias nefastas. A la novia del narrador, a quien le diagnosticaron un virus mortal, le han introducido en el cerebro un nanocomputador del tamaño de cien neuronas pegaditas. Todo bien al principio, el sistema estaba programado para contrarrestar el virus mediante comandos. Pero algo falla y Margarita se convierte en un campo de batalla. El sistema va perdiendo la lucha contra el virus, es más se contagia, y lucha por sobrevivir, y Margarita ya no sabe quién es: “Percibo quejas….De mi otro yo Microsoft…Creo que mis neuronas patológicas están reprogramando a mi nano”. Y lo peor de todo, ante el desconcierto de los médicos, es que la “ciberorgánica” Margarita no puede ahora ni morir como humana. Y, ahora, el único deseo del amante es llegar a un Hasta que la muerte los reúna. ¿Son entonces, las nuevas tecnologías, a lo que el hombre ha llegado, luego de millones de evolución o involución, la raíz de todos los males?

 

Uno más, el cuento titulado: “El segundo cerebro de Margarita”, nos invita a presenciar la lucha entre el organismo y la electrónica o entre la naturaleza y la artificialeza. Nuevamente la ciencia, en su versión nanotecnológica, desafía a la mortalidad con consecuencias nefastas. A la novia del narrador, a quien le diagnosticaron un virus mortal, le han introducido en el cerebro un nanocomputador del tamaño de cien neuronas pegaditas. Todo bien al principio, el sistema estaba programado para contrarrestar el virus mediante comandos. Pero algo falla y Margarita se convierte en un campo de batalla. El sistema va perdiendo la lucha contra el virus, es más se contagia, y lucha por sobrevivir, y Margarita ya no sabe quién es: “Percibo quejas….De mi otro yo Microsoft…Creo que mis neuronas patológicas están reprogramando a mi nano”. Y lo peor de todo, ante el desconcierto de los médicos, es que la “ciberorgánica” Margarita no puede ahora ni morir como humana. Y, ahora, el único deseo del amante es llegar a un Hasta que la muerte los reúna6 ¿Son entonces, las nuevas tecnologías, a lo que el hombre ha llegado, luego de millones de evolución o involución, la raíz de todos los males?

 

La tragedia del desarrollo
Recordemos brevemente el episodio inicial de la película: 2001, odisea en el espacio. Luego de una violenta lucha de unas tribus de primates por una charca de agua, pero también símbolo de poder, uno de los monos del grupo perdedor, se despierta y observa asombrado, al frente de la cueva, un monolito negro de varios metros de altura que provoca la alarma en el grupo, pero al poco tiempo se acercan e incluso comienzan a acariciarlo. Después de este incidente y, al parecer influenciado por el monolito, descubre que puede utilizar un hueso enorme como herramienta. A la mañana siguiente le arrebatan el control de la charca a la otra tribu, matando en el proceso al líder de sus rivales. Exultante con la victoria, el mono líder lanza su hueso en el aire y se realiza un corte con la imagen de un satélite orbitando en el espacio millones de años en el futuro, hacia 1999.


Este episodio, de una de las obras clásicas de ciencia ficción, ilustra el salto gigantesco que dio el hombre con la tecnología. Un salto que al principio lo hizo sentir un dios mortal de su propio medio. A transformar y a transformase en su entorno. A dominar por fin la naturaleza. Esta aventura del desarrollo que lo hizo pensar en un progreso indefinido, imaginado, ansiado por el hombre desde las cavernas tiene; sin embargo, su precio. Es el pacto faústico ante Mefisto; es decir, no puede existir sin el costo, incluso de la propia existencia humana sobre la tierra. Esa es la tragedia del desarrollo. La riqueza engendra pobreza: alguien tiene que limpiar los desperdicios. Las contradicciones inevitables de la modernidad. O de una modernización insaciable, descontrolada y sin rumbo. Es por eso quizás que los personajes de Adolph viven asfixiados, sumidos o en crisis perpetua que los ahorca no solo desde afuera sino desde adentro. Y no hay escapatoria. La única escapatoria es el suicidio o, como en el “Manifiesto masturbatorio” de La verdad de Dios y JBA del mismo Adolph (2001), quizás la única salida sea la utopía de “masturbación universal” para impedir que continúe perpetuándose ese error de la evolución llamado especie humana.

 

Un dios perverso
Pero Adolph no se queda en una crítica de la modernidad o de su disfraz actual: la posmodernidad. Va más allá como en esa esotérica y alucinada novela llamada La verdad de Dios y JBA. En efecto, si la raíz de todos los males está en actuar o en no saber actuar, pero sobre todo en el desarrollo insostenible, frenético de lo que Marshall Berman llama “el vértigo de la experiencia de la vida moderna” o en lo que Herbert Marcuse llama la “unidimensionalidad del hombre” que solo se reconoce en sus mercancías, encuentra su alma en su automóvil, en su equipo de alta fidelidad, en su casa a varios niveles, en el equipo de su cocina7”. Es inevitable entonces preguntarnos con Adolph, si la maldad no es el propio tiempo; es decir la historia. Pero quién invento este mundo de teleología catastrófica, lleno de maldad inevitable, donde el cáncer no solo es una tragedia personal, sino reproducible infinita y colectivamente? ¿Quién invento este mundo donde la naturaleza es una amenaza maligna perpetua? Solo un dios perverso.

 

En el cuento, “La venganza de la razón”, el protagonista, un profesor de 62 años había encontrado la felicidad perfecta con una estudiante de 22 años. Ella era inteligente, noble, bella, divertida, era felices, pero sin saber por qué la mató con una navaja. Entonces se pregunta: ¿quizás la felicidad humana sea verdaderamente un desafío, siempre derrotado, a alguna ley universal dictada por un dios incapacitado para la bondad o la resignación. Celoso, lo llamaban los viejos hebreos” (24). En el cuento “Jamás será vencida” el narrador ante la desolación de ver morir lentamente a su amada, se pregunta: “Y ahora, ¿a quién se lo cobramos? Más difícil aún: a ¿qué terrible dios de los ateos le cobro la desolación de Marisa convertida en podredumbre?” (28). Finalmente, en uno de los cuentos más largos, “Armagedón en internet”, una paciente enferma de paranoia o esquizofrenia, pero muy lúcida, afirma que ahora en la era de la globalización, la batalla entre el bien y el mal, se dará en la internet, por sus posibilidades de universalidad y, que dios es el gran programador, el gran prestidigitador, pero entonces el protagonista le pregunta:


-Entonces, ¿por qué no nos ha programado para ganar? ¿Y para qué esta absurda y sangrienta lucha en una Creación que pudo ser perfecta?
-La Oscuridad es el gran virus.
-Los virus se fabrican.
-Sí, hay un Gran Hacker.
-¿Y quién creó al programador y al hacker?

En suma, la tragedia del hombre es la tragedia de un dios que no se reconoce en la imagen falaz en incierta que le devuelve la existencia. El prestidigitador, el programador universal no puede controlar ahora el propio virus que reproduce. Pero entonces preguntamos finalmente: ¿el origen es el destino? ¿Qué pensamiento se necesita para controlar el vertiginoso desarrollo moderno o posmoderno? ¿Es posible imaginar un humanismo tecnológico o de humanizar las tecnologías?

 

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1. Según José Luis Molinuevo (2004), “Los dos polos mayoritarios en torno a los que giran la ciencia y la ficción sobre el “fin” son el de la aniquilación y el de la deshumanización. La aniquilación por una amenaza exterior o por la autodestrucción misma. El otro, el de la deshumanización, viene dado por la pérdida de identidad o por ganar una nueva”. Humanismo y nuevas tecnologías. Madrid: Alianza Editorial, p. 92.

2. Al respecto véase Daniel Salvo (2004), “Entre el desierto y el entusiasmo: Panorama de la Ciencia Ficción en el Perú” en: revista El hablador, N° 4, Marzo, 2004 (http://elhablador.com/cf.htm). Existe otra versión  “Primer panorama de la ciencia ficción peruana, en: revista Argonautas, número 3, MB ediciones. Febrero-Abril de 2008 y en la revista Ajos y zafiros N° 6. Una versión ampliada es la de Carlos Enrique Saldivar (2010). “Nuevo Panorama de la Ciencia Ficción Peruana”, en: Velero 25. Número 54 (2010), Revista electrónica, Ediciones Quinx (Perú).

3. Nuestro escritor es incluido en una antología –preparada en Estados Unidos-  sobre autores de ciencia ficción latinoamericana, titulada: Latin American Science Fiction Writers. An A-to-Z Guide, Daniel B. Lockhart, (Ed.). Greenwood Publishing Group. USA, 2004.

4. El número homenaje de la desaparecida revista Argonautas, aparecen varios artículos sobre la obra y vida de José B. Adolph, como los de Luis Bolaños o Luis Miguel Cangalaya; en tal sentido, este número es una buena presentación-introducción de la obra de nuestro autor. En: Argonautas. Revista de fantasía, misterio y ciencia ficción. Año 3, N° 4, Mayo, 2007, Abril 2009. Dedicado a José B. Adolph.

5. Para la recepción y análisis crítico de esta importante obra véase al respecto, Elton Honores, (2012). “El sujeto programado y la ciudad distópica en Mañana las ratas (1984), de José B. Adolph, en: El hablador, N° 15, Diciembre 2012 (elhablador.com).

6. Este tema de la muerte como liberación de la existencia o de la inmortalidad no deseada es también explorado por Adolph en cuentos como “Hasta que la muerte” o en “Nosotros no”, en el libro de cuentos Hasta que la muerte (1971).

7. Citado en BERMAN, Marshall (1999). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la vida moderna, Madrid: Siglo XXI Editores, p. 16.

 

 

Bibliografía

 

ADOLPH B., José (2003). Los fines del mundo. Lima: Fondo Editorial, Pontificia Universidad del Perú, 2003.
_________________ (2001). La verdad sobre Dios y JBA. Lima: Mosca Azul Editores, 2001.
_________________ (1975). Mañana fuimos felices. Lima: INC, 1975.
_________________ (1971). Hasta que la muerte. Lima: Moncloa- Campodónico Editores asociados, 1ra Edición, agosto de 1971.
BERMAN, Marshall (1999). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la vida moderna, Madrid: Siglo XXI Editores, pp. 386.
BOLAÑOS, Luis, (2009). “La huella de JBA  y nosotros”, en: Argonautas. Revista de fantasía, misterio y ciencia ficción. Año 3, N° 4, Mayo, 2007, Abril 2009. Dedicado a José B. Adolph.
BRAVO de Rueda, José Alberto, (2004). “José B. Adolph (b. 1933)”, en: Latin American Science Fiction Writers. An A-to-Z Guide, Daniel B. Lockhart, (Ed.). Greenwood Publishing Group. USA, 2004.
CANGALAYA, Luis Miguel, (2009). “In Memoriam Adolph”, en: Argonautas. Revista de fantasía, misterio y ciencia ficción. Año 3, N° 4, Mayo, 2007, Abril 2009. Dedicado a José B. Adolph.
HONORES, Elton, (2012). “El sujeto programado y la ciudad distópica en Mañana las ratas (1984), de José B. Adolph, en: El hablador, N° 15, Diciembre 2012 (elhablador.com).
MOLINUEVO, José Luis, (2004). Humanismo y nuevas tecnologías. Madrid: Alianza Editorial, 240 p.
VIVANCO, de Lucero, (2010). “Apocalipsis (Post-Bicentenario) en la ciudad de Lima. Representaciones de la “Modernidad” y la “Nación” en Mañana las ratas de José B. Adolph, en: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXXVI, N° 71. Lima-Boston, 1er semestre de 2010, pp. 237-254.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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