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Plumanegra, año 1,  Nº 1

Por Gabriel Delgado

Lima, Pluma Negra, 2013, 32pp.

Tras aproximadamente diez meses de haber publicado la primera muestra de su creación colectiva, la agrupación literaria “Plumanegra” acaba de sacar a la luz el primer número formal de su revista, bautizada con el mismo nombre. Plumanegra se encuentra conformada básicamente por narradores jóvenes vinculados en su mayoría a la especialidad de Literatura de la UNFV. No obstante, sus objetivos se encuentran centrados en la creación estética, lejos de la crítica académica. Reunidos más por una afinidad creadora plural que por un tópico temático o técnico, su creación es heterogénea, aunque hasta el momento se han caracterizado por representar espacios urbanos aparentemente limeños.

 

La revista, de 32 páginas en un formato poco menor que A5, se encuentra conformada por seis relatos breves y dos poemas, cuyos autores responden a una convocatoria amplia y abierta en la que los integrantes cumplieron sobre todo la función de comité editorial. Referente a las muestras narrativas, me gustaría comentarlas alrededor de dos tópicos básicos: la verosimilitud y el manejo de la trama.

 

En “Tota” de Abraham Valdivia, nos encontramos con la historia de un muchacho perteneciente a un barrio marginal; su vida, rodeada de las ventas de estupefacientes, bares de mala muerte y una madre maltratada, se encontrará determinada por el odio que siente por su padre, Baldomero: un hombre alcohólico y violento; a quien planeará asesinar, como parte una justa venganza. Este relato en específico, es particularmente atractivo debido al correcto planteamiento de los personajes, el manejo de los cambios temporales y la voz del narrador, configurando, así, una historia perfectamente verosímil. La trama, en este sentido, responderá adecuadamente a la estructura, resultando en un interesante desenlace que propicia un reconocimiento complejo de las relaciones psicológicas que construyen los sujetos alrededor de la figura autoritaria del padre: el “amor-odio”.

 

“Encuentro” de Iván Julca, nos narra una historia de índole distinta. A diferencia del relato de Valdivia, Julca nos narra un suceso contingente en la vida de un personaje que no nos remite a nada extraordinario: Ignacio Peña, un ciudadano con estudios superiores de contabilidad por concluir (sin pena ni gloria), que se encuentra con una antigua compañera de la secundaria, Rocío Rojas. El atractivo del relato se encuentra en el intento por interiorizar en el flujo mental del protagonista representando a través de este repentino encuentro el flujo de la memoria, los  deseos y las pulsiones que uno suele tener olvidados hasta que la realidad nos da el momento adecuado para hacerlos brotar de nuevo. Los personajes, como parte representativa de la sociedad, se encuentran bien definidos, aunque por momentos la voz y personalidad de Ignacio parecen querer desplomarse ante repentinos flujos de una personalidad ajena (¿el autor?). Aún así, el relato no llega a caerse, configurando con éxito una historia acerca de la trascendencia de lo cotidiano al interior de la vida de todas las personas.

 

En “Estereofónica” y “Atardecer aquí”, de Arnold Francia y Aarón Pajuelo, respectivamente, nos encontramos con dos textos que, en función de anteriores publicaciones, repiten aquellos aspectos que hacen de su prosa característica y personal (sin que esto signifique un estilo totalmente propio o plenamente realizado).

  

En otras palabras, Pluma negra es, en términos generales, una fiel muestra de todo lo bueno que puede tener una primera entrega

En ambos, el narrador homodiegético ejecuta una narración lineal en la que el centro de la historia se encuentra definido desde el primer párrafo: “Mi prima Mery gustaba de copiar la letras de las canciones. (…) fue la época más cursi de mi vida” (Estereofónica), “Han pasado varios días desde que no he visto a Susan” (Atardecer aquí). No obstante, los relatos poseen características distintas.

 

 

En “Estereofónica” la trama se encuentra concentrada alrededor del conocimiento de los sucesos acaecidos “un día de febrero” entre Juanca y su prima Mery. Estos, a partir del adecuado manejo de la intriga, logran un efecto inmersivo positivo, aunque el final del relato, tosco y cursi, no le termina de hacer justicia. “Atardecer aquí”, en cambio, nos presenta una historia cargada de referentes contextuales que, aunque no logran el nivel de inmersión de “Estereofónica”, permiten una interesante recreación  de la convivencia emocional del personaje con su entorno social. Aún así, el exceso de información alrededor de una trama más bien sencilla, termina generando la sensación de una historia incompleta que bien podría haberse evitado.

 

Por otro lado, en el último relato, “Nota para una crónica sobre Gonzalo Berríos”, de José Ibarcena, nos encontramos un relato algo ajeno a los comentados anteriormente. Este, lejos de los relatos lineales articulados a través de la anécdota, tratará de una investigación periodística alrededor de la muerte del poeta Gonzalo Berríos. El relato, fiel al estilo de la crónica clásica, comenta sobre testimonios de diferentes conocedores de la vida y obra del poeta mientras trata de exponer una serie de hipótesis que terminará deslegitimando mediante la apelación directa al evidente punto común del “Más confundido que al inicio, me preguntó si la poesía requiere un análisis teórico. (…) Quizás para él [Berríos] los buenos poemas se distinguían de los malos, precisamente por su capacidad de originar una confusión emocional en el lector (los que lean su libro no necesitarán leer esta crónica)”. El uso de los recursos propios de estos relatos se encuentra bien aprendido, aunque aún carecen de una personalidad propia.

 

Finalmente, en los poemas publicados, “III/IV” y “Poema”, de Camila Charry y Pierina Jaramillo, en ese orden, es notable el uso de un lenguaje aparentemente consecuente con una reflexión definida y ensamblada de forma adecuada con un determinado lenguaje. En “Poema”, aunque son evidentes las resonancias de Varela y Eielson, nos encontramos con unos versos agradables y adecuadamente situados en la oposición cuerpo/espíritu, entendido el segundo no como algo metafísico, sino como la extensión emocional del cuerpo, que además, lo define.

 

 

 

“III/IV”, en cambio, nos remonta a una reflexión emocional sobre el devenir dialéctico de la historia como una sucesión de eventos lineales y, al mismo tiempo, circulares. Lineal a partir de la imposibilidad de vencer a la muerte, pero circular a partir de la noción de herencia y de permanencia en la memoria. Todo esto plasmado de una forma muy conmovedora, sin llegar a ser patética, como bien puede reflejarse en los siguientes versos: “Mi madre extrañaba a su madre que se ha ido hace años / Corta la cebolla y la lechuga / desde su silencio más triste”.

 

En otras palabras, Plumanegra es, en términos generales, una fiel muestra de todo lo bueno que puede tener una primera entrega; superando, no obstante, el trabajo de edición que suelen dar este tipo de iniciativas. Saludemos esta nueva publicación de la mejor forma, leyéndola, y opinemos sin restricciones: sugiriendo, criticando y felicitando; que de todo lo bueno de la revista, lo mejor, en cuanto la predispone al aprendizaje y el cambio, es la actitud, como bien queda reflejado sus últimas palabras, a manera de despedida y dedicatoria: “A los recuadros de la teoría / que siempre nos esperan”.

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